Somos Jessica y Noelia. Asesoras, acompañantes, amigas y, sobre todo, mamás. Estas somos nosotras:
Jessica Gómez Álvarez
Yo soy Jessica. La mamá del príncipe Hugo, que va a cumplir 3 añitos este octubre, y de un precioso bollito que está en camino. Como tantas otras mamás, descubrí en la maternidad una vocación de vida, y en mi maternidad en particular descubrí además una gran sorpresa: la maternidad no son biberones, cólicos y paseos nocturnos con un bebé que llora mientras esperas que crezca y todo pase. La maternidad es un camino increíble, satisfactorio, fácil cuando una se deja llevar por sí misma y su bebé. Criar a mi hijo siguiendo sus pasos me ha hecho, y me sigue haciendo, tan inmensamente feliz que sentí que tenía que compartirlo y ayudar a otras madres a encontrar su camino. Por eso, hace dos años creé Háblame Bajito: para divulgar y ofrecer información, actualizada y veraz, sobre porteo, colecho, lactancia, pañales de tela, baby led weaning y todas las alternativas a "lo que siempre se ha hecho" y colaborar a que sea cada familia quien decida de qué manera cría a sus hijos.
¿Por qué quiero parir en casa? Creo que tengo que empezar hablándoos de mi primer parto.
"Mi primer parto"...
Cuando alguien me pregunta por mi primer parto es casi como si hablara de la historia de otra, puede que de algo que vi en la tele. Tal vez sienta que miento porque, en realidad, mi primer parto no fue ninguna de ambas cosas.
Para empezar, no estoy segura de que fuera un parto. Un parto es un proceso fisiológico natural, en el que el bebé que está listo para nacer baila compasado en cuerpo y espíritu con su madre para conocerse al fin y conocer otros abrazos, otros besos, otra piel. No… Aquello no fue un baile. Aquello fue un procedimiento médico. Una rutina. Un papeleo. Un desdén hecho proceso. Aquello no fue un baile.
Mi primer parto no fue un parto. Y, desde luego, fue de todo menos mío. Fue de una ginecóloga que me llamaba “niña” justo antes de quitarme razón, inteligencia y valor en cada bochornosa exploración. Fue de un camillero que me trasladó antes de tiempo a un área de dilatación lleno y que me obligó a estar tumbada y desatendida durante una hora en un hall que parecía el Starbucks de Plaza España en hora punta. Fue de un séquito de personal cuyas caras ni recuerdo, administrándome todo sin consultarme nada, sondándome a mí y monitorizando a mi bebé, impidiéndome moverme. Fue de un anestesista socarrón que me riñó como reñía Rottenmayer a Adelaida por moverme mientras me incrustaba un banderín en la espalda. Por suerte, también fue de una mano entrada en años (y experiencia) que se prestó a ser sujetada por las mías mientras me ponían una anestesia que yo había repetido mil veces que no quería. Fue de unos pómulos que sobresalían bajo unos ojos inquisidores que prohibieron a mi marido acompañarme en el momento más importante de nuestra vida. Fue de quien se llevó a mi bebé. Fue de quien me contestaba como si fuera una cría impertinente cada vez que durante las siguientes cuatro horas, que pasé sola, preguntaba por qué aún no estaba con mi hijo. Fue del artista que dejó en mi cara de recién parida pinceladas distraídas de tristeza. Fue de quien me quitó el derecho a darle la bienvenida en mis brazos, donde él esperaba. Fue de una torre entintada de burocracia. Fue de todo el jodido hospital, menos mío.

Esta vez será distinto. Esta vez la vida me demuestra que existe la energía, la armonía y el equilibrio.
Esta vez la oportunidad se presenta en forma de regalo infitino, de conjunción de fuerzas, de magia de hadas y salvajismo femenino. Esta vez recordaré que somos fuertes y que nosotras podemos decidir. Esta vez nadie me quitará el primer regalo que le harán a mi bebé, algo que no debería ser un regalo extraordinario, sino un derecho absoluto.
Esta vez la oportunidad se presenta en forma de regalo infitino, de conjunción de fuerzas, de magia de hadas y salvajismo femenino. Esta vez recordaré que somos fuertes y que nosotras podemos decidir. Esta vez nadie me quitará el primer regalo que le harán a mi bebé, algo que no debería ser un regalo extraordinario, sino un derecho absoluto.
Me llamo Jessica, y esta vez seré animal antes que mujer. O acaso, esta vez, seré más mujer que nunca.
Noelia Prieto Gómez
Me llamo Noelia, soy la mamá de Pau (de 4 añitos) y en la feliz espera de nuestro segundo pequeñín, que nacerá en unas 20 semanas.
Soy
Maestra de Infantil, profesión que tras ser mamá reconvertí a Madre de Día. Antes
de eso, una complicada lactancia me había llevado a ser Asesora de Lactancia.
Fundé un grupo de apoyo, Teta e Coliño, donde estoy en contacto con muchas
embarazadas y mamás, conozco sus penas y sus alegrías… un voluntariado de los
que llenan el alma.
Ahora
también soy formadora de Asesoras de lactancia. Otra reconversión de mi
vocación docente con la que disfruto muchísimo, en especial presenciando cómo las alumnas encuentran explicaciones a sus propias historias y cómo se generan hermosos
vínculos entre compañeras.
Y por
último, me he formado como doula… un pasito más en este camino de conexión,
conmigo misma, con la maternidad y con el mundo femenino en general.
En
todo esto, la etapa que más me apasiona es el puerperio. Me eriza la piel
pensar que pronto lo volveré a vivir en primera persona!
Mi
primer puerperio… ¿cómo definirlo? fue agridulce. Me sentía feliz de ser mamá,
conectada con mi bebé, pero al mismo
tiempo con un gran trauma latente por el parto, que poco a poco fue saliendo al
exterior.
Mi
primer embarazo fue tranquilo, sin temor al parto. Soñaba con el abrazo que le
daría a mi hijo nada más naciese, en ese estado maravilloso de piel con piel.
Una nunca se imagina que ese momento le será robado…
Todo comenzó en una
revisión rutinaria. El ginecólogo procedió a una maniobra de Hamilton, no
informada ni consentida. La primera de muchas intervenciones posteriores.
Yo por
aquel entonces ya conocía la web de El Parto es Nuestro, estaba un poco
informada, lo que me ayudó a irme negando a ciertas prácticas. Me resistí como un animalito, mientras pude, sorprendida por la enorme cantidad de protocolos del hospital, por
las frases humillantes y culpabilizadoras (“túmbate de una vez, no puedes hacer
lo que te dé la gana”, “si sigues así le harás daño al bebé”).
El
parto avanzó, pero hasta un punto. Llegó un momento en que se torció. Lógico,
me resentía de tantas horas sola (en urgencias, en una camilla en el pasillo,
en dilatación…), y de escuchar amenazas (“verás que al final te tendremos que
cortar”). Y de la falta de intimidad, el frío y el desconsuelo… en fin, poco a poco mis
ánimos y mi fuerzas fueron decayendo.
Hoy sé
mejor que entonces que todo era contrario a lo que necesitaba para seguir con
mi dilatación, con mi parto, con la llegada de mi bebé.
En
cierto punto perdí el poder sobre mi propio parto, me desconecté de mí misma,
me hundí en el sufrimiento, y me puse en manos de los profesionales. Así, al
fin entré en el sistema. Matronas y
gines medicaron e intervinieron sin pedir permiso ni dar explicaciones. Como se
suele decir, “me llevé todo el pack”.
Mi
último esfuerzo, mi última lucha, fue para conseguir retomar un parto detenido
desde hacía horas. Una nueva amenaza de cesárea me hizo salir de mi letargo para conseguir completar la dilatación, y tras ello caí rendida en
la camilla. La matrona me ordenó entonces “nena, toca empujar”.
Pujos
dirigidos. Cógete las piernas. El niño no baja. No sabes empujar, así no, qué
haces. No sabes respirar, quién te ha enseñado eso. Tienes que estar boca
arriba, no te gires. No lo vas a conseguir.
No lo
conseguí. Tras una hora con escaso avance, me metieron en quirófano y me ataron
las piernas a un potro. Maniobra de Kristeller (matrona con medio cuerpo sobre
mí, su codo apretando bajo mis costillas), varios tirones de ventosa y tremenda
episiotomía. Al niño ni lo vi, se lo llevaron a otra habitación, sin mediar
palabra.
Mi
marido llegó mientras me cosían, y no supo ni qué decir. Oímos llorar a gritos un
bebé en otra sala contigua. Era de madrugada, tenía que ser él… le estaban
haciendo de todo un poco. Menudo recibimiento a este mundo que tuvo mi pequeñín! tan “apotéosico” como nuestro estreno como padres.
Tras lo
que pareció una eternidad, nos trajeron al bebé. Nada era cómo yo había soñado…
ya estaba lavado, vestido y perfumado con colonia. Lo recibí, lo miré con un
punto de emoción, pero un poco perdida. Como si no lo reconociese. Menos mal
que él, siempre mi maestro, enseguida me mostró qué debía hacer. Buscó mis ojos
con una intensísima mirada e hizo un sonidito, que despertó mis sentidos. Me
apresuré a tocarlo, acariciarlo, ponerlo al pecho. Se enganchó mal y con
desesperación. Poco después yo ya tenía los pezones hechos polvo.
Así
comenzó al fin nuestra intensa relación, y nuestra tortuosa lactancia.
Mi postparto, mi evolución:
He
tardado mucho tiempo en perdonarme todo esto, haber permitido que las cosas se
torcieran así, no haber sido lo “suficientemente buena madre” como para poder recibir
a mi hijo en condiciones. Ni siquiera para haber dado la teta como me habría
gustado.
Pero
he conseguido escapar de ese laberinto de culpabilidad. Hoy en día, sé que en
aquellos momento lo hice lo mejor que pude, que si acaso pequé de ingenua, pero
que mi cuerpo no me traicionó. Básicamente fue un fallo del sistema. Un sistema
mecanizado, que considera a las embarazadas enfermas, a las parturientas bombas
de relojería… y a los bebés, seres que no sienten y que pertenecen al hospital.
Sé que
es cierto que no logramos parir y nacer como mi hijo y yo esperábamos, y que en
eso no hay vuelta atrás. Pero también soy consciente de que ese ha sido un gran
punto de inflexión. Ese sufrimiento no logró desvincularnos, sino acaso
sumergirnos más en la necesidad de una crianza consciente. Y a partir de ahí me
convertí en la mamá y la mujer que hoy en día soy. He aceptado que soy
imperfecta y que así debe ser, he aprendido mucho de mi hijo y de mis
compañeras de viaje; y desde mis voluntariados he hecho todo lo que ha estado
en mi mano por que otras mujeres vivan mejores experiencias. O para que al
menos, si no ha sido así, las puedan integrar mejor.
El día
que verdaderamente comprendí que debía perdonarme, me sentí libre para preñarme otra vez. Y la rapidez con que todo sucedió, mis inmediatos
síntomas de embarazo, me sorprendieron a mí misma. Así que en esta aventura
estoy de nuevo, en la dulce espera. Confiando en que esta vez no perderé las
riendas, en que todo podrá ser diferente.
Sí, quiero parir en casa!:
Hace
ya años que la idea del parto en casa me fascinó. Más todavía cuando empecé a leer y a conocer a madres que habían parido gozosamente en el calor de su hogar, mujeres
que habían tenido la generosidad de compartirlo con las demás. Y en este embarazo
tomé la decisión de que eso era lo que quería también para nosotros.
No
reniego del parto en el hospital ni de los/las profesionales que lo atienden,
estoy convencida de que se puede tener un maravilloso parto hospitalario si se
está en el lugar adecuado, bien acompañada.
Pero
esta vez tengo claro que no deseo ir ser ingresada, quiero quedarme aquí mismo.
No tener que trasladarme, sino recibir a mi hijo en nuestra casa, su ecosistema
ideal. Quiero que ante todo sea una celebración familiar, íntima, hogareña…. en
familia, donde el papá y el hermanito mayor sean muy bienvenidos. Sin que haya
separaciones de ningún tipo para ninguno de los cuatro.
Quiero
parir en casa para cerrar el círculo, para reencontrarme del todo conmigo
misma, para compartir ese momento con quien yo quiera y disfrutar, esta vez sí,
de ese ansiado primer abrazo. Para comenzar la lactancia cuando mi bebé desee,
para tumbarnos después en cama y dormitar juntos, con todo el tiempo del mundo.
Una
vez tomada la decisión, del resto, fue hermoso
contactar con la matrona… pero luego duro llegar a la conclusión de que nuestra
situación económica no nos permitiría el desembolso de un parto en casa. En un pequeño
arrebato, desahogué mi frustración con las compañeras, y… qué deciros que no
imaginéis!!! fue absolutamente asombroso y emocionante comprobar su empatía, su
respuesta solidaria, su capacidad de convocatoria… llegaron las donaciones, se
organizó la rifa, y así se puso en marcha la maquinaria que me hizo empezar a
soñar con poderlo conseguir!!
No sé
qué pasará al final, pero sé que todo éxito comienza intentándolo! entre todas
ponemos la primera semilla. La mimaremos con afán, confiando en que lleguen sus
frutos. Para nosotras, para Jessica y para mí, y también para todas las que
vengan después! porque esperamos que esta gran iniciativa no se quede aquí
(otro gran sueño que cumplir).
Pero desde
luego, pase lo que pase, la felicidad de haber sido el centro de esta gran
demostración de cariño es algo que ya nadie nos podrá quitar. Algún día le
contaré a mis hijos, o a mis nietos, quizás todavía con lágrimas en los ojos,
cómo la tribu de comadres se movió para que pudiese elegir donde parir. La
libertad, nuestro bien más preciado!! y sin duda el mejor regalo que una madre puede
hacerle a su hijo.
SENCILLAMENTE,
GRACIAS!!
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